María Morevna

o La muerte de Koschei el inmortal

Traducción de Mirsa Libia Ximena

Ilustraciones de Charlotte Picazo

  1. Parte I
  2. Parte II
  3. Parte III
  4. Parte IV
Parte I

En cierto reino vivía el príncipe Iván, quien tenía tres hermanas: la mayor era la princesa María, la de en medio la princesa Olga y la menor la princesa Anna. Su padre y madre ya eran muy ancianos y sintieron que pronto se irían, así que antes de que los alcanzara la muerte dijeron a Iván su última voluntad: “Permite que tus hermanas se casen con el primero que las pretenda. ¡No las mantengas para siempre aquí contigo!”

El rey y la reina vivieron juntos toda su vida y también así murieron. Después de enterrarlos, el príncipe Iván y sus hermanas salieron a los jardines del palacio para aliviar su pena. De pronto, el cielo se cubrió con una enorme nube negra, anunciando una tormenta.

—¡Entremos a casa, hermanas! —urgió el príncipe.

Apenas se habían refugiado dentro del palacio cuando cayó la tormenta, abrió el techo y por el enorme hueco entró volando un brillante halcón. El Halcón bajó de golpe, y en cuanto tocó el piso se convirtió en un valiente joven.

—¡Te saludo, príncipe Iván! He estado aquí antes como huésped, pero ahora me presento como pretendiente. Deseo pedir la mano de tu hermana, la princesa María, en matrimonio.

—Si mi hermana lo aprueba, no interferiré con sus deseos y celebraré su unión.

La princesa María aceptó la proposición, y después de la ceremonia el Halcón la llevó a vivir a su propio reino.

Las horas se hicieron días, los días semanas, y así pasó un año entero. Un día, mientras el príncipe Iván y sus dos hermanas paseaban en los jardines, una enorme nube de tormenta cubrió una vez más el cielo, trayendo consigo fuertes vientos y rayos que cegaban la vista.

—¡Entremos a casa, hermanas! —dijo el príncipe, apenas audible por el aullido del viento.

En cuanto lograron cerrar la puerta del palacio, la tormenta golpeó con todas sus fuerzas e hizo estallar los tejados, abriendo el techo en dos. Por la abertura entró volando un águila. El Águila bajó de golpe, y en cuanto tocó el piso se convirtió en un valiente joven que se dirigió al príncipe.

—¡Te saludo, príncipe Iván! He estado aquí antes como huésped, pero ahora me presento como pretendiente. Deseo pedir en matrimonio a la princesa Olga.

—Si mi hermana lo aprueba, no interferiré con su decisión y celebraré la unión.

La princesa Olga aceptó casarse con el Águila, y después de la boda él la llevó a vivir a su propio reino.

Pasó un año más y el príncipe Iván paseaba de nuevo con su hermana menor en los jardines. Nuevamente una nube de tormenta, con vientos y rayos, se elevó sobre ellos.

—¡Volvamos a casa, hermana!

Se refugiaron en el palacio, pero antes de que pudieran secarse arreció la tormenta, el techo se abrió en dos, y entró volando un cuervo. El Cuervo bajó de golpe, y en cuanto tocó el piso se convirtió en un valiente joven. Los jóvenes anteriores eran guapos, pero este lo era aún más.

—¡Mis saludos, príncipe Iván! He estado aquí antes como huésped, pero ahora me presento como pretendiente. ¡Dame a la princesa Anna en matrimonio!

—Mi hermana es libre y yo respetaré su libertad. Si te ganas su afecto, celebraré su unión.

Así fue: el Cuervo y la princesa Anna se casaron, y él la llevó a vivir a su propio reino. El príncipe Iván se quedó solo.


Parte II

Un año entero pasó y el príncipe echaba de menos a sus hermanas, así que decidió ir a visitarlas. Se preparó para el viaje y cabalgó por días y noches. Un día vio un ejército entero, muerto, en una pradera.

—¡Si hay un hombre vivo, que responda! —exclamó—. ¿Quién ha dado muerte a esta gente?

—La bella y valiente princesa María Morevna dio muerte a esta tropa, señor —respondió el único hombre vivo.

El príncipe Iván siguió cabalgando hasta que encontró una tienda blanca, en donde estaba la bella María Morevna, princesa guerrera.

—¡Te saludo, príncipe! ¿Adónde te diriges? ¿Viajas por tu propia voluntad o alguien te ha enviado?

—Los jóvenes valientes viajamos por nuestra propia voluntad —respondió el príncipe con una reverencia.

—Si es así y si tu viaje lo permite, puedes descansar en mi tienda —ofreció la princesa.

El príncipe aceptó gustoso la invitación y pasó dos noches en la tienda. María Morevna lo consideró digno de ella y se casó con él. La bella princesa María Morevna lo llevó a su propio reino, en donde pasaron un tiempo juntos y en paz.

Sin embargo, llegó el día en que la princesa debió ir de nuevo a la guerra, así que dejó al príncipe Iván a cargo de los asuntos del hogar.

—Puedes ir a donde quieras, vigila todo, pero no te atrevas a abrir ese armario ni a mirar tras la puerta —fueron las instrucciones que la princesa guerrera dio al príncipe.

La curiosidad fue tan fuerte, que en cuanto María Morevna salió del palacio el príncipe Iván corrió hacia el armario, abrió la puerta y encontró dentro a Koschei el inmortal, aprisionado a la pared por doce cadenas. Koschei, débil y con aspecto lastimero, suplicó al príncipe Iván.

—¡Ten piedad de mí y dame agua! He pasado diez años encerrado aquí, sin poder comer ni beber nada, mi garganta está más seca que todos los desiertos juntos.

El príncipe se compadeció del anciano y le acercó una cubeta de agua para que bebiera. Koschei no dejó ni una gota y pidió otra.

—Una sola cubeta de agua no calmará mi sed, ¡dame más!

El príncipe le acercó una segunda cubeta de agua. Koschei la bebió toda y pidió una tercera. Cuando terminó de beber la última gota de la tercera cubeta, recuperó su fuerza y rompió las doce cadenas de un jalón.

—¡Te lo agradezco, príncipe Iván! —dijo Koschei con voz firme: ya no era el anciano que le había inspirado lástima—. Y ahora, ¡será más fácil que te veas las orejas a que encuentres a María Morevna!

Koschei se convirtió en un fuerte torbellino y salió volando tan rápido que Iván no pudo seguirlo. Con esa misma forma encontró a la princesa María Morevna, que cabalgaba desprevenida. El torbellino de Koschei la tomó por sorpresa y la llevó consigo, totalmente desarmada. El príncipe Iván lloró amargamente pero se preparó para recorrer el mundo en busca de la princesa.

—No importa lo que pase, ¡yo encontraré a María Morevna!

Vagó por un día entero y otro más, y al amanecer del tercer día vio un palacio magnífico. Junto al palacio había un roble, y en el roble descansaba un halcón brillante. El halcón bajó volando, se posó suavemente en el piso y se convirtió en un valiente joven que lo saludó.

—Querido cuñado, ¡qué alegría verte por aquí!

La princesa María salió entonces a recibir con alegría a su hermano Iván. Lo llenó de preguntas sobre su salud, y antes de obtener respuesta comenzó a contarle cómo era la vida en su nuevo reino. Después de tres días, el príncipe se despidió.

—No puedo quedarme más tiempo con ustedes, debo ir a buscar a mi esposa, la bella María Morevna.

—Será difícil que la encuentres —respondió el Halcón—. Déjanos tu cuchara de plata. La conservaremos, y cuando la veamos pensaremos en ti.

El príncipe Iván dejó su cuchara de plata con el Halcón y su hermana, y siguió su camino.

Anduvo un día y otro más, y al amanecer del tercer día vio un palacio aún más grandioso que el anterior. Junto al palacio había un roble, y en el roble descansaba un águila. El águila bajó volando, se posó suavemente en el piso y se convirtió en un valiente joven que anunció su llegada.

—¡Levántate, princesa Olga! ¡Acaba de llegar nuestro querido hermano!

La princesa Olga corrió a recibir a su hermano y lo llenó de besos y abrazos. Le hizo preguntas sobre su salud y le contó cómo era su nueva vida. El príncipe Iván descansó tres días y luego se despidió.

—No puedo quedarme más tiempo. Tengo que encontrar a mi esposa, la bella María Morevna.

—Será difícil que la encuentres —respondió el Águila—. Déjanos tu tenedor de plata. Lo conservaremos, y cuando lo veamos pensaremos en ti.

El príncipe Iván dejó su tenedor de plata con el Águila y su hermana, y siguió su camino.

Anduvo un día y otro más, y al amanecer del tercer día vio un palacio aún más grandioso que los dos primeros. Junto al palacio había un roble, y en el roble descansaba un cuervo. El cuervo bajó volando, se posó suavemente en el piso y se convirtió en un valiente joven que clamó:

—¡Princesa Anna, ven rápido! ¡Nuestro hermano vino de visita!

La princesa llegó corriendo a recibir a su hermano y lo llenó de besos y abrazos. Le hizo preguntas sobre su salud y le contó cómo era su nueva vida. El príncipe Iván se quedo tres días y luego se despidió.

—¡Debo irme! Estoy buscando a mi esposa, la bella María Morevna.

—Será difícil que la encuentres —respondió el Cuervo—. Déjanos tu tabaquera de plata. La conservaremos, y cuando la veamos pensaremos en ti.

El príncipe Iván dejó su tabaquera de plata con el Cuervo y su hermana, y siguió su camino.

Anduvo un día y otro más, y al amanecer del tercer día llegó a donde estaba María Morevna. En cuanto ella vio a su amado corrió a abrazarlo y rompió en llanto.

—¡Oh, mi querido Iván! ¿Por qué no me hiciste caso y abriste el armario? ¡Liberaste a Koschei el inmortal!

—¡Perdóname, María Morevna! Es mejor que ya no pienses en el pasado, huye conmigo ahora que Koschei el inmortal no está cerca. Con suerte no nos atrapará.

El príncipe Iván y María Morevna huyeron mientras Koschei estaba cazando. Koschei el inmortal volvió a casa y su caballo lo recibió, inquieto.

—¿Qué es lo que te preocupa, mi fiel corcel? ¿Te sientes enfermo?

—El príncipe Iván vino y se llevó a María Morevna —respondió el caballo.

—¿Es posible alcanzarlos?

—Es posible sembrar cebada, esperar a que crezca, cosecharla, hacer cerveza con ella, beber hasta embriagarnos y luego dormir lo que nos plazca. Después de eso podemos salir a buscarlos y aún así llegaremos a tiempo.

Koschei subió a su caballo y galoparon hasta alcanzar al príncipe Iván y tomarlo por sorpresa.

—Te dije que sería más fácil que te veas las orejas a que encontraras a María Morevna, ¡pero igual lo has logrado! Te perdonaré la vida por haberme ayudado antes, pero la próxima vez conocerás el filo de mi espada.

Entonces Koschei se transformó de nuevo en un torbellino tan fuerte que despojó a la princesa de toda fuerza, y se la llevó con él a su castillo. El príncipe Iván, desarmado y desorientado, se quedó solo. Lloró amargamente y luego volvió a donde estaba cautiva María Morevna. Koschei no estaba en casa en ese momento.

—¡Huyamos, María Morevna!

—¡Querido príncipe Iván! No debemos, nos atrapará y te hará trizas.

—¡Deja que lo haga! No puedo vivir sin ti.

Y una vez más, huyeron juntos.

Koschei el inmortal volvió a casa y su caballo lo recibió, inquieto.

—¿Qué es lo que te preocupa, mi fiel corcel? ¿Te sientes enfermo?

—El príncipe Iván vino y se llevó a María Morevna.

—¿Es posible alcanzarlos?

—Es posible sembrar centeno, esperar a que crezca, cosecharlo, hacer pan de miel con él, comer hasta hartarnos y luego dormir lo que nos plazca. Después de eso podemos salir a buscarlos y aún así llegaremos a tiempo.

Koschei subió a su caballo y galoparon a toda prisa hasta alcanzar al príncipe Iván. En un segundo Koschei lo cortó en mil pedazos con su espada, los puso dentro de un barril que selló con brea, lo aseguró con aros de metal y lo lanzó al mar azul. María Morevna perdió el conocimiento ante tal visión, haciendo más fácil que Koschei la llevara de vuelta a su castillo.

En cuanto el barril cayó al mar, los objetos de plata que el príncipe Iván dejó con su familia se tornaron negros.

—¡Algo malo le ha pasado al príncipe Iván! —dijeron sus cuñados.

El Águila se apresuró al mar azul, tomó el barril entre sus garras y lo llevó a la playa. Mientras tanto, el Halcón fue a buscar el agua de la vida y el Cuervo el agua de la muerte.

En cuanto estuvieron juntos los tres hermanos, abrieron el barril, sacaron los pedazos del cuerpo de príncipe Iván y los lavaron. Después los acomodaron en orden y el Cuervo los roció con el agua de la muerte. Las piezas se unieron, formando un cuerpo completo de nuevo. Entonces el Halcón roció el cuerpo con el agua de la vida. El príncipe Iván se estremeció antes de ponerse de pie.

—¡Dormí bastante tiempo!

—¡Y habría sido mucho más si no fuera por nosotros! —respondieron sus cuñados—Ahora ven a casa, acompáñanos.

—No será posible, hermanos. Debo ir a buscar a María Morevna.


Parte III

Cuando el príncipe Iván volvió a encontrar a María Morevna, que no podía creer lo que veía, le hizo un encargo.

—Descubre de dónde obtuvo Koschei un caballo tan bueno.

María Morevna esperó el momento oportuno para preguntarle a Koschei, y prestó mucha atención a su respuesta.

—Más allá de nueve pueblos, en el decimotercer reino, al otro lado del río de fuego, vive Baba Yaga. Ella tiene una yegua tan rápida que le da la vuelta al mundo cada día. Y tiene otras yeguas igual de magníficas. Cuidé de su manada por tres días sin perder una sola yegua, y como agradecimiento Baba Yaga me dio un potro.

—¿Y cómo cruzaste el río de fuego?

—Tengo este pañuelo. Cuando lo agito tres veces en mi mano derecha, de él sale un puente elevado que el fuego no puede alcanzar.

María Morevna le contó cada detalle de la conversación al príncipe Iván, y le entregó el pañuelo mágico que había robado a Koschei. Con él, el príncipe logró cruzar el río de fuego y seguir su camino hacia Baba Yaga.

Después de muchos días sin comer ni beber nada, encontró una extravagante ave con sus polluelos.

—Comeré uno de estos pollos —dijo el príncipe.

—¡No los comas, príncipe Iván! —suplicó el ave—. En algún momento te lo pagaré con un favor.

El príncipe dejó a las aves y siguió andando, hasta que encontró un panal de abejas en el bosque.

—Comeré un poco de ese panal —dijo, hambriento.

—¡No tomes mi miel, príncipe Iván! —dijo la abeja reina—. En algún momento te lo pagaré con un favor.

El príncipe no tocó el panal y siguió andando. Después encontró una leona con su cría.

—Estoy tan hambriento que me comeré este leoncillo —dijo el príncipe—. Me siento débil.

—¡Por favor déjanos ir, príncipe Iván! —suplicó la leona—. En algún momento te lo pagaré con un favor.

—Está bien, sigan su camino —dijo el hambriento príncipe.

A pesar de sentirse exhausto, siguió andando. Caminó más y más lejos, hasta que por fin llegó a la casa de Baba Yaga. Doce postes de madera bordeaban la casa. Once de ellos estaban coronados con una cabeza humana, pero el último permanecía vacante.

—¡Saludos, abuela!

—¡Saludos, príncipe Iván! ¿De dónde vienes? ¿Vienes por tu voluntad o alguien te ha enviado?

—Vengo para ganarme un corcel heroico y así poder rescatar a mi esposa, la bella María Morevna, que ahora es prisionera de Koschei el inmortal.

—¡Que así sea, príncipe! No tendrás que servirme por un año entero, solamente serán tres días. Si cuidas bien de mis yeguas, te daré el caballo heroico que buscas y no sólo podrás rescatar a María Morevna con él, sino que te ayudará a vencer a Koschei el inmortal. Pero si no las cuidas bien, no te sorprendas cuando tu cabeza ocupe el último poste de la fila.

El príncipe Iván aceptó el trato. Baba Yaga le dio comida y bebida, y lo mandó a hacer el trabajo acordado. En cuanto las yeguas salieron al campo, agitaron sus colas y corrieron en todas direcciones. Antes de que el príncipe tuviera tiempo de ver hacia dónde se habían ido, ya estaban todas fuera de su alcance. El príncipe empezó a llorar y se sentó sobre una roca, en donde se quedó dormido. Cuando el sol estaba a punto de ocultarse, el ave extravagante se acercó volando y lo despertó.

—¡Levántate, príncipe Iván! Las yeguas ya están en casa.

El príncipe se levantó y volvió a casa. Baba Yaga estaba furiosa con las yeguas y les gritaba.

—¿Por qué volvieron a casa?

—¡Teníamos que volver! —respondieron—. Llegaron aves volando de cada rincón de la tierra, y todas intentaron sacarnos los ojos a picotazos.

—Ya veo, ya veo. Mañana no galopen por las praderas, dispérsense en los bosques.

El príncipe Iván durmió toda la noche. A la mañana siguiente, Baba Yaga lo envió a cuidar las yeguas.

—¡Ten cuidado, príncipe! ¡Si no las cuidas bien, si pierdes una sola sola yegua pondré tu dura cabeza en ese poste! —Le dijo.

El príncipe llevó a las yeguas al campo. De inmediato agitaron sus colas y se dispersaron en los tupidos bosques. De nuevo el príncipe se sentó en la roca, lloró y lloró, y se quedó dormido. El sol se puso tras el bosque. La leona llegó corriendo hacia la roca.

—¡Levántate, príncipe Iván! Las yeguas están resguardadas.

El príncipe Iván se levantó y fue a casa. Baba Yaga estaba más enojada que nunca y gritaba a sus yeguas.

—¿Por qué volvieron a casa?

—¡Teníamos que volver! Llegaron bestias de presa corriendo de cada rincón del mundo, y querían hacernos trizas.

—Ya veo, ya veo. Mañana corran hacia el mar azul.

Otra vez el príncipe Iván durmió toda la noche. A la mañana siguiente, Baba Yaga lo envió a cuidar las yeguas.

—¡Si no las cuidas bien, pondré tu dura cabeza en ese poste!

El príncipe llevó a las yeguas al campo. De inmediato agitaron sus colas y desaparecieron de su vista, huyendo hacia el mar azul. Se sumergieron en el mar hasta que el agua les cubrió el cuello. El príncipe Iván se sentó en la roca, lloró y se quedó dormido. Pero cuando el sol se había puesto detrás del bosque, llegó volando una abeja.

—¡Levántate, príncipe! Las yeguas ya están resguardadas. Pero cuando llegues a casa, no dejes que Baba Yaga te ponga el ojo encima, pues no piensa cumplir su palabra. Ve al establo y escóndete detrás de los pesebres. Ahí encontrarás un potro afligido revolcándose en el estiércol. Róbalo, y en plena noche huye de la casa con él.

El príncipe Iván se levantó, se escabulló en el establo, y se recostó junto a los pesebres. Mientras tanto, Baba Yaga estaba enojada y gritando a sus yeguas.

—¿Por qué volvieron?

—¡Teníamos que volver! Llegaron incontables abejas de cada rincón del mundo, y empezaron a picarnos los flancos hasta que sangramos.

—Mañana veremos cómo hacer para que el príncipe Iván no sienta que ha ganado.

Molesta y decidida a no perder a su potro, Baba Yaga se fue a dormir. En medio de la noche, el príncipe Iván robó el potro afligido, lo ensilló, montó y galoparon hasta el río de fuego. Cuando llegó al río, agitó el pañuelo sólo dos veces en su mano izquierda, y de él salió un puente muy angosto que cruzaba hacia el otro lado.

A la mañana siguiente, Baba Yaga no encontraba al potro afligido en ninguna parte y supo que el príncipe Iván lo había tomado. Salió en su búsqueda. Voló a toda velocidad en su mortero de hierro, azuzándolo con el pistilo y borrando su rastro con la escoba. Llegó de inmediato al río de fuego.

—¡Un buen puente! —exclamó.

Se dispuso a cruzar, confiada, pero a medio camino el puente se rompió en dos y Baba Yaga cayó al río de fuego. ¡Vaya que su muerte fue cruel!


Parte IV

El príncipe Iván llevó al potro a pastar en las praderas y se convirtió en un corcel extraordinario. Después, cabalgó hasta donde estaba María Morevna. Ella salió corriendo a recibirlo y lo abrazó, llorando.

—¿Cómo es posible que hayas vuelto con vida?

—Un poco de ayuda de aquí y de allá… Ven conmigo, vámonos.

—Tengo miedo, príncipe Iván. Si Koschei nos atrapa, te volverá a cortar en mil pedazos.

—Pero no podrá atraparnos esta vez. Ahora tengo un espléndido corcel que vuela como un ave y puede derrotarlo —respondió, tras lo cual montaron al caballo y escaparon juntos.

Koschei el inmortal volvió a casa y su caballo lo recibió, inquieto.

—¿Qué es lo que te preocupa, mi fiel corcel? ¿Te sientes enfermo?

—El príncipe Iván vino y se llevó a María Morevna.

—¿Podemos alcanzarlos?

—¡Sólo dios sabe! El príncipe Iván ahora tiene un caballo mejor que yo.

—Eso no puedo tolerarlo —respondió Koschei el inmortal—. ¡Lo perseguiremos!

Después de cabalgar por un tiempo, Koschei logró vislumbrar al príncipe Iván y bajó de su caballo para atacarlo. Se disponía a cortarlo en mil pedazos con su espada, pero el caballo del príncipe le lanzó una coz con toda su fuerza y sus cascos rompieron el cráneo de Koschei y la magia que lo protegía. El príncipe Iván juntó una pila de madera, le prendió fuego y lanzó a Koschei el inmortal a la pira en llamas. Finalmente, dejó que el viento esparciera sus cenizas.

María Morevna tomó el caballo de Koschei y el príncipe Iván siguió en su propio corcel. Fueron a visitar primero al Cuervo, luego al Águila y finalmente al Halcón. En cada parada fueron recibidos con alegría.

—¡Príncipe Iván! Pensamos que no te volveríamos a ver. Ahora vemos la razón de tus predicamentos. ¡Una belleza como la de María Morevna no se encuentra dos veces!

Y así festejaron con sus hermanos, para después ir de vuelta a su propio reino.

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