Como toda lectora, tengo altas y bajas. Hay temporadas en las que leo más que en otras, y una de las razones por las que uso apps que registran el ritmo de mis lecturas en el año es para poder ver una línea del tiempo de estos cambios. Autoconocimiento lector, si quieren.
Sé que hay quienes se ponen retos lectores numéricos y los cumplen cada año sin falta, pero yo más que preocuparme por el número de libros o páginas leídas en el año, me preocupo por los largos periodos de inactividad, porque en mi caso usualmente se traducen en una palabra: bloqueo.
El primer bloqueo lector que recuerdo sucedió cuando tenía 19 años. Estaba en la universidad, estudiando letras (oh, la ironía), y trabajaba como maestra de preescolar. Me había pasado en los primeros semestres de la carrera sentir apatía por varias de las lecturas obligatorias, textos que yo evadía leyendo otros que sí me interesaban, pero el bloqueo era algo que no había experimentado. Quería leer para hacer mi tarea, pero no podía concentrarme. Quería leer otras cosas para distraerme, pero todos los libros que veía me daban igual. Empezaba uno y otro y no pasaba de la primera página. Era como si mi cerebro estuviera en huelga. Tomé una pausa de las materias que más me abrumaban por la cantidad de lecturas pendientes, y dejé de intentar forzarme a leer. Pensé muchas veces que tal vez era el cansancio por el trabajo y los problemas personales, pero también me preguntaba si me había equivocado de carrera. No es que quisiera estudiar otra cosa, simplemente parecía la explicación más lógica, al menos para mi joven y atribulada mente.
Como con muchos otros problemillas de la vida, justo cuando dejé de preocuparme por poder leer o no, se terminó mi bloqueo. Durante unas vacaciones de invierno, sin trabajo y sin escuela, tomé un libro que tenía en casa, sin pensarlo mucho. Era Washington Square, de Henry James, en una edición de bolsillo que compré en una librería de segunda mano. Recuerdo que lo leí en una tarde-noche, sin parar, y disfruté cada palabra. Al terminar el libro supe que estaba «curada» de mi bloqueo lector, y pude volver a lo que hasta entonces era mi normalidad.
Yo no sabía, por supuesto, que a partir de entonces los bloqueos lectores serían parte de la normalidad. Varias veces han coincidido con episodios difíciles en el ámbito personal, pero principalmente tienen que ver con el cansancio mental (causado por el trabajo y la vida en general). Cuando veo las estadísticas lectoras de cada año en Goodreads o Storygraph, por ejemplo, fácilmente puedo reconocer los años en los que tuve más trabajo, o los años en los que me recuperaba mentalmente del cansancio generado anteriormente. Porque a veces logro vencer el bloqueo y el cansancio, y me esfuerzo y hago montones de cosas como para compensar los periodos de inactividad previos, sólo para terminar cayendo en un inevitable periodo de agotamiento en el que mi cerebro se pone en huelga otra vez.
No hay tips infalibles para vencer los bloqueos lectores, y lo que funciona una vez puede no funcionar nunca más. A mí a veces me ayudan las relecturas, volver a un texto que ya conozco y con el que me siento a gusto. Recientemente he probado que los audiolibros también pueden ser una solución a un bloqueo. Probar con un libro corto, una novela gráfica o manga, o un libro ilustrado también son opciones que me han ayudado a salir de un bloqueo, sobre todo porque suelo leer libros de más de 200–300 páginas (quiero pensar que porque se siente un menor compromiso de tiempo). Muchas veces, sin embargo, sólo hay que dejar al bloqueo ser, aunque sea tan difícil en este mundo en el que las novedades editoriales no duran nada en las librerías e incluso la lectura parece una competencia. Para no sufrirlo ni estresarme de más, me digo que tal vez los bloqueos sean buenos, que desde cierto punto de visto son lo que nos mantiene leyendo por gusto y no por competencia. O igual y así me engaño yo para poder salir del bloqueo en curso.
