He donado libros muchas veces en mi vida, desde que era niña, pero siempre apoyando iniciativas de otras personas u organizaciones… Hasta que en 2018 las cosas cambiaron bastante y empecé a ser yo quien tomara la batuta del asunto.
Esta etapa de mi vida comenzó realmente en 2017. En ese entonces trabajaba en una editorial con un catálogo de LIJ que me encanta, y una de las prestaciones de ese empleo era un vale anual para comprar libros. El primer diciembre que pude canjearlo me parecía la cosa más maravillosa del mundo, por eso me sorprendió bastante descubrir que había varias personas que no usaban su vale, lo dejaban perder. Un compañero editor, que llevaba más de 10 años trabajando ahí, me explicó que después de cierto tiempo ya no hay más libros que pedir, pues ya tienes todos los que puedes querer (o los que caben en tu casa, lo que pase primero). Con esa realidad en mente, concluí que sería buena idea buscar que esos libros no se perdieran en el futuro, y la idea más lógica de hacerlo era donándolos a alguna buena causa, por supuesto.
En diciembre de 2018, un año después, se logró la primera donación. Pensé que sería difícil, pero fue todo lo contrario. De donación en donación, algunas de un solo ejemplar y otras de bastantes más, mis colegas y yo logramos reunir alrededor de 100 libros. Contacté a Hogares Providencia, una casa hogar para niñas, niños y adolescentes, y fue ahí donde hicimos la entrega. La satisfacción de la experiencia me hizo pensar que sería buena idea repetirlo, incluso volverlo una tradición anual, pero aún faltaban bastantes meses para trabajar en ello. La idea no quedó en el olvido, pero sí en segundo plano.
Pareció casualidad, pero bien pudo haber sido el destino. Un par de meses después me contactó una excompañera maestra para preguntar si podría hacerme cargo de «unos libros». Me explicó que una amiga suya, también maestra, había depurado la saturada biblioteca del colegio donde trabajaba, y había juntado libros en inglés y español que no sabían a dónde llevar. La realidad es que en ese momento yo tampoco tenía idea de nada, ni de dónde guardaría los libros ni a dónde los llevaría, pero decidí descubrirlo en el camino y continuar con esa iniciativa que nació unos meses atrás.
De haber sabido en lo que me metía en realidad, probablemente no habría aceptado. «Unos libros» resultaron ser cientos, no exagero: cientos. Para traerlos a casa, porque ya no había vuelta atrás, llenamos el auto de mi novio y la camioneta del transporte escolar. Y fue una suerte que en casa no tuviéramos muchos muebles aún, porque de otra forma no habríamos tenido dónde poner tantos libros…
Desde el día uno fue evidente que esa labor iba a requerir bastante trabajo, pues era notorio que la maestra no depuró los libros que me entregó. Antes de siquiera buscar a dónde donar los libros, necesitaba saber qué libros tenía y en qué estado, y por supuesto deshacerme de todos los que no estuvieran en condiciones óptimas. Esa idea de que «los libros no se tiran» se siguió sin cuestionar en este caso, y por eso la primera depuración consistió en aceptar una realidad que muchas personas niegan: hay libros que deben ir al reciclado. Los primeros en irse fueron los libros que evidentemente ya habían terminado su vida útil: los deshojados, con papel quebradizo y los que tenían páginas llenas de un tenue fantasma que alguna vez fue tinta. Es importante mencionar, por si alguien se encuentra en una situación parecida, que al manipular libros en estas condiciones es recomendable usar protección para ojos, nariz y boca, y manipular los libros usando guantes, de preferencia. Hay hongos y bacterias que crecen en los libros que pueden causar problemas de salud, y aunque en este caso aparentemente no había que preocuparse por ello, más vale no arriesgarse.
Volviendo al tiempo de depuración, después de deshacerme de los libros maltrechos, empecé a acomodar los que quedaban por categorías (idioma, edades, temáticas), y ahí me enfrenté a esa idea popular que dice que «todos los libros le pueden servir a alguien». Las dos maestras, mi excompañera y la de la escuela donadora, me contaron que los libros de la biblioteca escolar provenían donaciones de las familias del alumnado, muchas de ellas… incomprensibles, por decirlo de alguna manera. Fui encontrando los libros obsoletos que, hay que aceptarlo, no le sirven a nadie. No para leerse, al menos. En este segundo filtro descarté una cantidad impresionante de manuales de computación de los 90, enciclopedias de los 70, libros de texto desactualizados y, el último y más vasto grupo, libros de opinión política. Lo primero que me pregunté es por qué alguien donaría libros de este tipo para la biblioteca de una escuela primaria, pero conforme la pila crecía más bien quise entender por qué la escuela los conservó todos. Misterios de la vida del libro.
Se podría pensar que para este punto ya tendría una cantidad razonable de libros listos para ser donados, pero no fue así. Aún tenía cientos de libros en el piso de mi sala, y todavía faltaba enfrentarme a una última tarea que implicaba revisar más a detalle cada ejemplar: conservar solamente los libros que permitieran una experiencia de lectura digna. No podría darle a nadie un libro que yo misma no me sentiría a gusto teniendo en las manos. Esta última revisión implicaba quitar cuidadosamente forros de plástico opacos o sucios, limpiar portadas pegajosas, pero sobre todo hojear cada libro para identificar aquellos que tenían páginas arrancadas, llenas de rayones o anotaciones, o incluso con partes recortadas para cumplir con alguna tarea escolar. Para entonces ya tenía todo bien clasificado y ordenado, pero eso no hizo más amena la tarea. Y una vez más, llevamos montones de libros al reciclado.
Ya tenía al menos dos meses trabajando en esto cuando por fin terminé de depurar y clasificar los libros. Y, ahora sí, llegó la hora de buscar a dónde donarlos. Ese año, 2019, fue muy prolífico, como puede atestiguar este recuento de las donaciones de ese montón de libros que recibí (y también demuestran que no bromeaba cuando dije que eran cientos de ejemplares):
- Escuela primaria «Balcones de Cumbuén» – Paracho de Verduzco, Michoacán
Una amiga muy querida me contó de esta escuela en una zona rural de Michoacán. Fue un proyecto que iniciaron entre los habitantes de la comunidad y voluntarias que viajaban desde Ciudad de México para ayudar con la construcción y acondicionamiento del espacio. Por supuesto que no tenían libros, así que preparé poco más de 100 libros de lecturas para enviárselos por medio del contacto que tenía. ¡Fue muy gratificante poder ver en video a las niñas y niños de la comunidad recibiendo los libros! - Escuela primaria «Protasio Tagle» – Coyoacán, Ciudad de México
Por medio de un grupo de maestros contacté a una profesora de esta escuela pública de la ciudad de México. Me contó que en su escuela habían intentado crear una pequeña biblioteca con libros en inglés, pero con muy poco éxito. Le ofrecí alrededor de 50 libros del nivel adecuado para los alumnos, y hasta donde supe, aún los emplean en clase. - The Reading Corner, CBTis 66 – Tierra Blanca, Veracruz
Por medio de un contacto en Twitter, encontré este maravilloso proyecto en un bachillerato. Es una biblioteca independiente, creada por docentes de la escuela, que presta su servicio a la comunidad escolar del CBTis y a los vecinos que se interesen en la lectura. Pude enviar 70 libros para este acogedor espacio comunitario. - Escuela primaria «Ignacio Zaragoza» – Malpaso, Aguascalientes
También logré contactar con la maestra de inglés de esta pequeña escuela por medio del grupo de maestros. Su escuela, en un poblado muy pequeño, no contaba con biblioteca escolar y a ella le interesaba poder trabajar más a fondo la lectura con sus alumnos. Acordamos el envío de otros casi 70 libros que ella recogió en la capital del estado, Aguascalientes, pues no encontramos una manera de hacérselos llegar directo a Malpaso. Hoy, varios envíos después, ya conozco cómo evitar esos pasos extra, pero me alegra que ese pequeño inconveniente no haya desmotivado a la profesora. - Casa de cultura «Flamingos» – Iztacalco, Ciudad de México
De pronto me di cuenta de que estaba enviando libros muy lejos, pero me estaba olvidando de mis alrededores. Encontré que en esta casa de cultura, cerca de donde vivo, la maestra de inglés buscaba libros para poder trabajar con sus grupos. En este lugar hay clases a un costo mínimo, regularización escolar, y también oportunidades de aprender gratuitamente, además de que los libros estarían a libre disposición de quien quisiera consultarlos. Llevé poco más de 30 ejemplares en inglés, y otro tanto en español. Fue grato encontrar que ya contaban con una pequeña caja de libros que se pueden tomar o intercambiar libremente.
Me gustaría decir que con esas grandes donaciones por fin entregué todos los libros que me confiaron inicialmente. La realidad es que seguí compartiendo libros, en paquetes más pequeños y de los que no guardo registro numérico. Algunos los envié a un espacio en Morelia donde una maestra voluntaria ofrecía talleres de regularización sin costo. Otros los compartí con una maestra en Ciudad de México que estaba trabajando con alumnas de escasos recursos, otros los doné a una profesora itinerante, y después de varios meses por fin dejé de tener cientos de libros en mi sala. Aún quedan algunos guardados (estimo que unos 20, máximo), pero van saliendo poco a poco en las nuevas donaciones que he seguido coordinando.
Esta tarea fue titánica, pero muy gratificante. Creo que el ánimo inicial de hacer de esto una constante se transformó en convicción mientras cientos de libros iban encontrando un nuevo hogar en donde serían de utilidad. Siento que aprendí tanto, que me sigue sorprendiendo la ingenuidad con la que acepté esta tarea en un inicio. No quiero decir que ya sea una experta al día de hoy, por supuesto que no, pero ya tengo más herramientas y opciones que las que tenía a mediados de 2019. Y esto, comenzar una donación planeada y controlada con mis colegas del trabajo, y luego tomar por mi cuenta una más grande y llevarla a buen término, fue sólo el inicio de todo. ¡Falta que cuente todo lo que vino después!
