Empecé el 2022 con las mejores intenciones lectoras y el ambicioso plan de leer todos los libros pendientes de mi librero, y otro tanto que planeaba conseguir en el camino. Pensaba también escribir al menos una entrada mensual en este blog, no necesariamente hablando de mis lecturas sino de varios temas relacionados con este proyecto… Pero más me tardé en planear que el 2022 en darme una cachetada.
Un factor inevitable e ineludible que cada año nos persigue es el trabajo. Trabajo como editora de tiempo completo para mantener el estilo de vida de mis gatos, y vuelvo a trabajar como editora de medio tiempo por el puro gusto de hacerlo. Disfruto mucho tanto mi empleo como mi autoempleo (aunque el segundo en realidad no me dé una remuneración económica importante), pero es una profesión muy desgastante. Hay días en que al final de mi jornada laboral no me siento con energía mental (ni física) para nada más que sentarme a fingir que veo una serie mientras mi mente vaga libremente en páramos desconocidos.
Durante 2022 leí muchos libros y contenidos que no registré en mis retos lectores por ser parte del trabajo, pero que valieron mucho la pena y fueron muy enriquecedores. Hice varios descubirimientos lectores que incluso están influyendo en mis lecturas actuales, pero es difícil sentirlo como un logro personal cuando es algo que ocurre dentro del horario laboral (y eso da para una entrada aparte, no ahondaremos más aquí). A pesar de todo, logré terminar 23 libros en mi horario personal, y digo «terminar» porque empecé otro tanto que quedaron inconclusos. Este año espero poder terminarlos, particularmente uno de ellos.
Fue en febrero de 2022 que compré el tomo 2 del Sensacional de escrituras, Impostora, que esperaba con gusto. Como el título sugiere, trata precisamente del muy mencionado síndrome de la impostora. Me gustaría decir que logré terminarlo, analizarlo, discutirlo con amigas y estar lista para el tomo 3, pero no fue así. Justo al inicio de mi lectura tuve que hacer una pausa para hacerme una pregunta importante que se quedó dando vueltas en mi mente y no me dejó continuar con la lectura. La ilustradora Gemma Correll lo describe mejor que yo en este cartón:
Estoy segura de que el tomo 2 Sensacional justo me habría encaminado a quitarme esa pregunta de la mente, para bien o para mal, pero no llegué a descubrirlo ni a discutirlo aquí porque no volví a abrir el libro en todo el año. El peso del tiempo de pandemia y su respectiva carga laboral infinita, junto con el estrés y largas jornadas de mi último proyecto laboral me cobraron factura. Me sentí mental y emocionalmente hecha puré como para volver a pensar en el síndrome de la impostora, y no escribí una sola palabra porque hacerlo, aún en este blog que no pretende nada, era un esfuerzo más allá de mis posibilidades. Los libros y los cuadernos eran todos una enorme página en blanco en la que no me podía concentrar.
Fue al acercarse el final del año e irme liberando un poco del estrés que fue desapareciendo esta sensación de no poder leer siquiera. Casi la mitad de los libros que leí en el año los leí entre noviembre y diciembre (la otra mitad la leí en los primeros 2 meses del año, curiosamente). También retomé un poco la escritura para vaciar mi mente y anotar ideas (porque volvieron las ideas, después de meses y meses de vacío). Es gracias a ello que puedo voltear hacia atrás y darme cuenta que el cansancio y la sobrecarga laboral parecen ser una constante a la que estamos acostumbradas, pero la línea entre lo que podemos tolerar y lo que no es muy delgada. No es algo nuevo para nadie, pero hasta que de verdad te golpea y te impide hacer todo aquello que disfrutas es que toma un sentido real.
No me pondré metas numéricas estrictas ni para leer ni para escribir este año. Pero sí terminaré de leer los dos tomos del Sensacional de escrituras que me faltan.
